Todos somos una mezcla de nuestros ancestros. En mí se une sangre arauaca, vasca, leonesa y aragonesa… y quién sabe cuál otra. ¡Extraña mixtura!
El hecho de haber nacido en una isla caribeña —Cuba— me hace cubana, pero también universal. Y así me siento. Pero he de reconocer que alguien tuvo la dedicación de inculcarme amor por tierra lejana, que se dibujaba y desdibujaba en el recuerdo, y esa fue mi abuela Josefa, que nació un 12 de diciembre de 1888 —¡hace 121 años!— en una aldea para muchos en el mundo desconocida, perdida en el tiempo, “perdida” en los pirineos aragoneses, pero para nosotros muy cercana: Barbaruens.
Desde pequeña me fueron familiares no solo ese nombre, Barbabuens, sino también “Casa Tresa", donde ella nació y se crió, y los nombres de sus añorados padres —Ramón y Joaquina— y hermanos, que nunca más volvería a ver.
Para mí, así como para mi madre, mis tías y tío y mis primas y primos, Barbaruens no era un punto lejano de la geografía española. ¡No!, era un olor cercano a montaña, una brisa gélida en pleno invierno, un aroma a pan recién horneado, un caminar lento, una jota bien bailada y muchos recuerdos.
Hace unos años cambiaron la puerta de Casa Tresa, y un primo mío, Ramón Aused, me mandó, hecho dije, un pedacito de esa madera toda historia y toda familia. La llevo siempre conmigo, es mi amuleto.
Quisiera algún día, acompañada tan solo de mi amuleto y mis recuerdos, de la mano de mi abuela, pisar las calles por donde ella paseó, aspirar en el tiempo el aroma de su niñez y poderle decir:
El hecho de haber nacido en una isla caribeña —Cuba— me hace cubana, pero también universal. Y así me siento. Pero he de reconocer que alguien tuvo la dedicación de inculcarme amor por tierra lejana, que se dibujaba y desdibujaba en el recuerdo, y esa fue mi abuela Josefa, que nació un 12 de diciembre de 1888 —¡hace 121 años!— en una aldea para muchos en el mundo desconocida, perdida en el tiempo, “perdida” en los pirineos aragoneses, pero para nosotros muy cercana: Barbaruens.
Desde pequeña me fueron familiares no solo ese nombre, Barbabuens, sino también “Casa Tresa", donde ella nació y se crió, y los nombres de sus añorados padres —Ramón y Joaquina— y hermanos, que nunca más volvería a ver.
Para mí, así como para mi madre, mis tías y tío y mis primas y primos, Barbaruens no era un punto lejano de la geografía española. ¡No!, era un olor cercano a montaña, una brisa gélida en pleno invierno, un aroma a pan recién horneado, un caminar lento, una jota bien bailada y muchos recuerdos.
Hace unos años cambiaron la puerta de Casa Tresa, y un primo mío, Ramón Aused, me mandó, hecho dije, un pedacito de esa madera toda historia y toda familia. La llevo siempre conmigo, es mi amuleto.
Quisiera algún día, acompañada tan solo de mi amuleto y mis recuerdos, de la mano de mi abuela, pisar las calles por donde ella paseó, aspirar en el tiempo el aroma de su niñez y poderle decir:
“Abuela, esta nieta tuya regresó a tu tierra; ahora sí soy aragonesa de Barbaruens”.
Josefina, o Totina (siempre así para mis primos), o Vicaria (otro día les contaré por qué)
Hola, soy una sobrina tuya de Barbaruens, me gustaría contactar contigo.
ResponderEliminar